Sexo y Etc…Cap.9
El objetivo es hablar de la sexualidad de un modo natural a través de la charla con invitados en un marco diferente a un plató de televisión. Invitado: Tete Delgado y Gabino Diego
El objetivo es hablar de la sexualidad de un modo natural a través de la charla con invitados en un marco diferente a un plató de televisión. Invitado: Tete Delgado y Gabino Diego
Cada año más de 50.000 barcos surcan los mares y algunos representan una amenaza para el medio ambiente. Dos naufragios de petroleros pasaron a la historia: en 1978, el Amoco Cadiz se hundió frente a la costa de Bretaña, Francia, vertiendo 130.000 toneladas de petróleo. 21 años después el Erika, un buque cisterna, volvería a ensuciar esa misma costa con 31.000 toneladas de combustible.
En el siglo XVII, enormes veleros surcaron los océanos. En noviembre de 1664, la fragata, La Lune, con 800 soldados a bordo que eran evacuados de Argelia a Francia, se hundió en unos minutos cerca de Toulon. Unos años antes, el Vasa había volcado por un una simple ráfaga de viento, hundiéndose como una piedra en las aguas del puerto de Estocolmo, ante los ojos de una multitud aturdida.
Todo marinero que navega por el Mediterráneo sabe que no se puede fiar de su apariencia de mar tranquilo. En 1855, atrapada en un huracán de la costa de Córcega, la fragata Sémillante, se rompió en los arrecifes de un pequeño archipiélago sin dejar un solo sobreviviente. Un siglo después, cerca de las Islas Baleares, el barco de vapor Lamoricière, se hundió en medio de una tormenta.
Todos los naufragios son trágicos, pero algunos se convierten en auténticas leyendas. En abril de 1912, el RMS Titanic choca contra un iceberg. Dos horas y cuarenta minutos después, se hunde el liner más grande y lujoso de su época. En 1936, el Pourquoi Pas, entra en el mundo de la leyenda cuando se hunde a solo unos cientos de metros de la costa de Islandia.
En todos los mares del mundo se dice que el capitán de un barco, en caso de naufragio, tiene el deber de organizar el rescate de sus pasajeros y tripulación. Y la regla es que él será el último en abandonar el barco. Y sin embargo, este no es siempre el caso: los ejemplos notorios del Costa Concordia y la balsa de la Medusa proporcionan la evidencia trágica.